Miguel de
Cervantes Saavedra
El Ingenioso Hidalgo
Don Quijote de la Mancha
TASA
Yo, Juan Gallo
de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de los que residen en su
Consejo, certifico y doy fe que, habiendo visto por los señores dél un libro
intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes
Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y medio; el cual
tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro
docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel; y
dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta
tasa se ponga al principio del dicho
libro, y no se pueda vender sin ella. Y, para que dello conste, di la
presente en Valladolid, a veinte días del mes de deciembre de mil y seiscientos
y cuatro años.
Juan Gallo de
Andrada.
TESTIMONIO DE
LAS ERRATAS
Este libro no
tiene cosa digna que no corresponda a su original; en testimonio de lo haber
correcto, di esta fee. En el Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos de la
, en primero de diciembre de 1604 años.
El licenciado
Francisco Murcia de la Llana.
EL REY
Por cuanto por
parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que habíades
compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, el cual os
había costado mucho trabajo y era muy útil y provechoso, nos pedistes y
suplicastes os mandásemos dar licencia y facultad para le poder imprimir, y
previlegio por el tiempo que fuésemos servidos, o como la nuestra merced fuese;
lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se
hicieron las diligencias que la premática últimamente por nos fecha sobre la
impresión de los libros dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta
nuestra cédula para vos, en la dicha razón; y nos tuvímoslo por bien. Por la
cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos, o
la persona que vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el
dicho libro, intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, que desuso se hace
mención, en todos estos nuestros reinos de Castilla, por tiempo y espacio de
diez años, que corran y se cuenten desde el dicho día de la data desta nuestra
cédula; so pena que la persona o personas que, sin tener vuestro poder, lo
imprimiere o vendiere, o hiciere imprimir o vender, por el mesmo caso pierda la
impresión que
hiciere, con
los moldes y aparejos della; y más, incurra en pena de cincuenta mil maravedís
cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para
la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la
otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Con tanto que todas las
veces que hubiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el tiempo de los
dichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original
que en él fue visto, que va rubricado cada plana y firmado al fin dél de Juan
Gallo de Andrada, nuestro Escribano de Cámara, de los que en él residen, para
saber si la dicha impresión está conforme el original; o traigáis fe en pública
forma de cómo por corretor nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la
dicha impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas
las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren
impresos, para que se tase el precio que por cada volume hubiéredes de haber. Y
mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no imprima el principio
ni el primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con el original al
autor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro alguno, para efeto de la
dicha correción y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido
y tasado por los del nuestro Consejo; y, estando hecho, y no de otra manera,
pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, y sucesivamente ponga esta
nuestra cédula y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en
las penas contenidas en las leyes y premáticas destos nuestros reinos. Y
mandamos a los del nuestro Consejo, y a otras cualesquier justicias dellos,
guarden y cumplan esta nuestra cédula y lo en ella contenido. Fecha en
Valladolid, a veinte y seis días del mes de setiembre de mil y seiscientos y
cuatro años.
YO, EL REY.
Por mandado
del Rey nuestro señor:
Juan de Amezqueta.
AL DUQUE DE
BÉJAR,
marqués de
Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La Puebla de
Alcocer, señor
de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos
En fe del buen
acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como
príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su
nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de
sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, al abrigo del
clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a
tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a
su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición
de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los
hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que,
continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y
menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de
Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan
humilde servicio.
Miguel de
Cervantes Saavedra.
PRÓLOGO
Desocupado
lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo
del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que
pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza;
que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el
estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco,
avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de
otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad
tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el
lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el
murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las
musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le
colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin
gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no
vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus
amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy
padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni
suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector
carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni
eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío
como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de
sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al
rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación; y
así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que
te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.
Sólo quisiera
dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y
catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de
los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún
trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo.
Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo
que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la
oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría,
entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan
imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que
pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me
tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan
noble caballero.
-Porque, ¿cómo
queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que
llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el
silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda
seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos
y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin
anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean
fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de
toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores
por hombres leídos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué, cuando citan la Divina Escritura!
No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia;
guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un
enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento
y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni
tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores
sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del
A.B.C., comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis,
aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro
de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques,
marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los
pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no
les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin,
señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se quede
sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le
adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de
remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy
poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir
sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me
hallastes; bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.
Oyendo lo cual
mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa,
me dijo:
-Por Dios,
hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el
mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por
discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan
lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que
cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de
suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a
romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de
falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver
si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y
cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas
que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo
la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería
andante.
-Decid -le
repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de
mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?
A lo cual él
dijo:
-Lo primero en
que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el
principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en
que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y
poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al
Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas;
y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por
detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque,
ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo
escribistes.
»En lo de citar
en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos
que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga
a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos,
que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad
y cautiverio:
Non bene pro
toto libertas venditur auro.
Y luego, en el
margen, citar a Horacio, o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la
muerte, acudir luego con:
Pallida mors
aequo pulsat pede pauperum tabernas, Regumque turres.
Si de la
amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto
por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir
las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite
inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio:
De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí
está Catón, que os dará su dístico:
Donec eris
felix, multos numerabis amicos,
tempora si
fuerint nubila, solus eris.
Y con estos
latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es
de poca honra y provecho el día de hoy.
»En lo que
toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta
manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante
Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación,
pues podéis poner: El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor
David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el
Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe. Tras
esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de
modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra
famosa anotación, poniendo: El río Tajo fue así dicho por un rey de las
Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los
muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro,
etc. Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de
coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a
Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles,
Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a
Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os
prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si
tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis
con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras
extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra
todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En
resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar
estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de
poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las
márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.